Mi limonero tenía 21 años, de
hojas brillantes, de encantada aroma, daba dos veces al año el fruto agridulce
de cáscara amarilla, le daba los mimos necesarios como son: el riego,
abono y la poda.
Los vecinos se han quejado que
cuando llueve de forma intensa se cuela el agua por las paredes y culpan a mi
arbolito.
Con dolor de mi corazón lo estoy
cortando ante las protestas y revoloteos de gorriones que hace años
eligieron sus brazos para pasar la
noche. He llevado las ramas a una montonera de leña porque el día uno de
febrero encienden en la ciudad las
candelas; en mi recorrido como un calvario de sentimientos… un burrito se
acerca… cada vez que paso a comer las hojas divinas con sabor a limón.
El aire de potentes efectos
empuja las ramas en retorno a su primitivo sitio… pero ya no existe ningún
remedio…mi limonero ha muerto y yo lo he matado…hasta después de muerto nos va
a dar calor con su leña que iremos alimentando la chimenea.