El pasado domingo pasamos el día en la Playa de Valdelagrana, cerca de la desembocadura del río Guadalete, en el Puerto de Santa María.
Fuimos con tres coches, por parar media hora en la mitad del trayecto para desayunar, tardamos tres horas en llegar; pasamos dos rotondas y en un buen aparcamiento ya nos anunció el guarda coches: "Xiquillos hoy tenemos levante" lo dijo con su gracia natural del acento gaditano que motivo nuestra sonrisa. Un leve aire al ras de suelo que nos traía algún suspiro de Mirola.
La playa es hermosa, dos kilómetros de longitud y setenta metros de ancha, la arena era fina y dorada, los colores del mar eran verdes y azulados, sólo el 8% de pendiente y el agua calentita.
Lo primero que hicimos fue reservar en el restaurante "El rey de la paella"una mesa para nueve comensales.
Las gentes eran encantadoras, o venían de Sevilla (aunque no vi a mujergris) como domingueros o eran de Jerez, todos con sobrados modales graciosos y las mujeres muy bellas.
Los chapuzones hasta refrescaban el alma como si fuera otro mundo.
Dejamos todo en su sitio: sombrillas, sillas, bolsas... sólo llevábamos el monedero para proceder al almuerzo, alli, en el paseo marítimo, en el restaurante que mencioné al principio, nos sentamos. Todo en orden, el camarero usaba un ordenador de mano para hacer nuestros pedidos.
Estaba de encanto: la paella, las puntillitas, la ensalada, pesacaitos variados... y un tanque de vino de verano.
Al regreso pudimos ver la puesta del atardecer de tonos amarillos y la enorme bola de oro, era el Sol que poco a poco parecía caer al mar.
Fuimos con tres coches, por parar media hora en la mitad del trayecto para desayunar, tardamos tres horas en llegar; pasamos dos rotondas y en un buen aparcamiento ya nos anunció el guarda coches: "Xiquillos hoy tenemos levante" lo dijo con su gracia natural del acento gaditano que motivo nuestra sonrisa. Un leve aire al ras de suelo que nos traía algún suspiro de Mirola.
La playa es hermosa, dos kilómetros de longitud y setenta metros de ancha, la arena era fina y dorada, los colores del mar eran verdes y azulados, sólo el 8% de pendiente y el agua calentita.
Lo primero que hicimos fue reservar en el restaurante "El rey de la paella"una mesa para nueve comensales.
Las gentes eran encantadoras, o venían de Sevilla (aunque no vi a mujergris) como domingueros o eran de Jerez, todos con sobrados modales graciosos y las mujeres muy bellas.
Los chapuzones hasta refrescaban el alma como si fuera otro mundo.
Dejamos todo en su sitio: sombrillas, sillas, bolsas... sólo llevábamos el monedero para proceder al almuerzo, alli, en el paseo marítimo, en el restaurante que mencioné al principio, nos sentamos. Todo en orden, el camarero usaba un ordenador de mano para hacer nuestros pedidos.
Estaba de encanto: la paella, las puntillitas, la ensalada, pesacaitos variados... y un tanque de vino de verano.
Al regreso pudimos ver la puesta del atardecer de tonos amarillos y la enorme bola de oro, era el Sol que poco a poco parecía caer al mar.